Desastre de las pruebas COVID-19
Por: Salvador Romero Espinosa (@chavaromero)
El 16 de marzo
del presente año, unos días antes de que se presentara el primer deceso en
México producto del nuevo coronavirus SARS-COV-2, también conocido como
COVID-19, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS),
Tedros Adhanom Ghebreyesus, afirmó categóricamente que “La manera más efectiva
para prevenir infecciones y salvar vidas es romper la cadena de transmisión (…)
Una vez más, nuestro mensaje es: pruebas, pruebas, pruebas”.
A pesar de ello,
el Gobierno Federal apostó por una estrategia diferente a la que denominó “el
Modelo Centinela”, según el cual, era innecesario realizar “pruebas, pruebas,
pruebas”, ya que bastaba con contabilizar los casos confirmados directamente en
los hospitales, para poder hacer una predicción del avance de la pandemia en
nuestro país. Los resultados de la aplicación de este modelo están a la vista:
Son catastróficos.
Hoy, siete meses
después, y con casi 90,000 decesos oficialmente confirmados producto del
COVID-19, seguimos siendo uno de los países más rezagados respecto a la
realización de pruebas. Por ejemplo, uno de los parámetros básicos sugeridos
por la Organización Mundial de la Salud, es que se realicen al menos de 10 a 30
pruebas por cada caso confirmado, sin embargo, en México, se han realizado
apenas 2.1 pruebas por cada caso confirmado, lo cual es una cifra
verdaderamente raquítica, en comparación con países como Alemania (72.6 pruebas
por caso confirmado) o Corea del Sur (116.5 pruebas por caso confirmado).
(Fuente: “Our World in Data”).
No es entonces
casualidad que, en nuestro país, con 120 millones de habitantes existan casi
90,000 decesos oficiales confirmados, mientras que en Alemania con 83 millones
de habitantes haya menos de 10,000 decesos y en Corea del Sur, con 50 millones
de habitantes, haya menos de 500 decesos (sí, quinientos).
Aunado a lo
anterior, y para acabar de agravar aún más las cosas, en instituciones de salud
como el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el plazo para la entrega
de resultados de una prueba, solía exceder de una o dos semanas, lo cual, de
poco servía para que el potencial paciente contagiado pudiera tomar las medidas
adecuadas para evitar que su situación se complicara o para evitar contagiar a
más personas.
Finalmente, en
el portal oficial del coronavirus, existe nula o muy poca información pública
oficial útil sobre los diferentes tipos de pruebas y sus grandes diferencias.
Esto por supuesto que ha generado una cadena de desinformación, que muy probablemente
ha llevado a muchas personas a gastar sus propios recursos para realizarse
pruebas que no son necesarias o cuyos resultados no reflejan su condición
actual.
Ello, porque
existen en el mercado tres grandes tipos de pruebas: La de reacción en cadena
de la polimerasa, conocida comúnmente como PCR, la de anticuerpos, conocida
comúnmente como prueba rápida; y la de antígenos.
La primera de
ellas (PCR), es la más compleja y sirve para detectar la presencia del virus
activo en el organismo, sin embargo, de acuerdo con estudios publicados en “The
New England Journal of Medicine”, esta prueba tiene un margen de error de hasta
el 30% en falsos negativos.
La segunda, la
de anticuerpos, es mucho más precisa, pero no funciona cuando el virus está
activo (es decir, cuando eres contagioso y/o puedes agravarte) ya que solamente
funciona cuando el virus fue efectivamente superado, por lo que realmente
su utilidad es principalmente para satisfacer la curiosidad de saber si ya
estuviste contagiado o no. De hecho, si tienes síntomas y quieres saber si
estás contagiado, esta prueba básicamente no te sirve de nada.
La tercera,
menos común, es la de antígenos, que detecta la presencia de una proteína
producida por el COVID-19, y aunque sí puede detectar al virus cuando éste se
encuentra activo, es la menos confiable de las tres, ya que puede producir la
mayor cantidad de falsos negativos e incluso, a diferencia de las otras dos, de
falsos positivos también.
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