La Plaza Perdida
Imagínate que un día recibes una llamada telefónica para informarte que un tío rico tuyo, al que siempre has guardado rencor y resentimiento por las humillaciones que te hizo cuando eras pobre y que todavía te duelen en lo más profundo de tu ser, acaba de fallecer y te han citado a la lectura de su testamento porque apareces en su lista de herederos.
Más por curiosidad que por
convicción decides acudir a la cita, para saber qué fue aquello que te heredó
el tío incómodo, sospechando que probablemente será algo sin ningún valor como
una última humillación a tu persona desde el más allá.
Para tu sorpresa descubres lo que
te ha heredado es lo más valioso de todo su patrimonio, pues se trata de un
enorme centro comercial de Primer Mundo, una plaza con todos los lujos
imaginables, cuyo valor supera los cientos de millones de pesos y que además
impactará de manera positiva a toda la comunidad de la ciudad en la que vives.
Evidentemente te encuentras
impactado por haber recibido una obra así, pero luego recuerdas que dicha plaza
comercial aún se encuentra en construcción y que falta todavía mucho dinero
para terminarla, y ahí crees descubrir la trampa de tu tío: heredarte una enorme
obra inconclusa a sabiendas de que no tienes los recursos para terminarla para
meterte en grandes problemas.
Sin embargo, más adelante
descubres que tu tío también te heredó el dinero suficiente para terminarla de
construir y eso te confunde más, porque no entiendes la razón por la cual fue
tan generoso contigo al darte la oportunidad de poder inaugurar una obra de
tanta importancia.
Después de mucho pensarlo, llegas
a la conclusión de que, hagas lo que hagas, ese centro comercial siempre hará
que la gente recuerde a tu tío como su realizador y nadie te va a agradecer a
ti que la hayas terminado, así que investigas cuáles serían las consecuencias
de cancelar su construcción.
Tus asesores te informan que toda
vez que los contratos ya están firmados con los constructores, el costo de
cancelarla y destruirla es superior al costo de terminarla e inaugurarla.
El rencor que sientes por tu tío
es tanto que decides pagar por su cancelación a pesar de su costo y a pesar de
que en el fondo sabes que hubieras hecho muchísimo bien a toda la sociedad que
se hubiera visto sumamente beneficiada por la conclusión de dicha plaza.
Pero no te importa que parezca
una decisión irracional y profundamente estúpida, porque no quieres saber nada
de tu odiado tío, y a todos los que te reclaman por ella los consuelas diciendo
que esa obra era una porquería (sin poder argumentar más) y que vas a construir
otra plaza mucho más lejana, chica y poco funcional.
La del Nuevo Aeropuerto
Internacional de la Ciudad de México es una historia similar.
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