¿Vacunación obligatoria?

Por: Salvador Romero Espinosa (@chavaromero)

Es evidente que a nadie nos gustaría ser vacunados en contra de nuestra voluntad, aunque irónicamente a casi todas las personas de mi generación nos vacunaron en nuestros primeros años de vida, justamente de esa forma, sin preguntarnos, lo que ha permitido que muchas enfermedades como el sarampión, la poliomielitis y la tosferina, hayan permanecido virtualmente erradicadas durante décadas, hasta hace apenas unos cuantos años, en que se han estado presentando rebrotes en muchos países, entre ellos México.

El problema es que la principal causa -quizás la única- del resurgimiento de estas enfermedades, ha sido producto de un movimiento antivacunas, que promueve el temor hacía las vacunas y sus efectos secundarios, y que ha conseguido que muchas personas no se vacunen y, en su caso, que se nieguen a vacunar a sus hijos, sin tener fundamentos sólidos para defender su postura, más allá de especulaciones conspiracionistas y sus creencias personales.

Apenas la semana pasada, se volvió viral un video de Gonzalo Oliveros, en el que increpó a las personas que se manifestaban en contra de las vacunas en el camellón de la avenida Chapultepec en Guadalajara (con letreros que decían “Las vacunas = + variantes y + muertes”), y que reaccionaron de manera violenta ante las preguntas del periodista, acusándolo de ser empleado del gobierno, cobarde y muchas cosas más, en lugar de responder a sus dudas.

Por su parte, hace unos días el presidente norteamericano Joe Biden, acusó a Facebook y otras redes sociodigitales, de “estar provocando muertes”, al no restringir ni impedir a los usuarios de dichas plataformas la diseminación de información falsa relacionada con las vacunas, y que desde la perspectiva de Biden ha contribuido a que entre el 20% y el 30% de los adultos estadounidenses se rehúsen a ser vacunados contra el Covid-19, evitando controlar la Pandemia.

En México aún no se ha podido garantizar la vacunación universal a personas mayores de 12 años de edad, por lo que es difícil determinar el porcentaje de gente que no pretende vacunarse en nuestro país, pero de casos empíricos aislados, presentados en ciertos municipios o, incluso, en algunas instituciones de salud, es evidente que sí existe un importante porcentaje de personas que voluntariamente han decidido no ser vacunadas contra el Coronavirus.

En ese contexto, estoy convencido que uno de los grandes temas que deberá debatirse con mucha seriedad en los próximos meses en todo el Planeta, será sobre la necesidad de establecer en las leyes la obligatoriedad de la vacunación como una política de salud pública e interés general, con el objeto de controlar el Coronavirus y otras enfermedades que ya estaban erradicadas.

Me queda muy claro que no será un tema fácil de resolver, y que existen posturas muy firmes en el sentido de que la vacunación obligatoria atentaría contra los derechos humanos de quienes no quieran vacunarse, particularmente respecto al derecho a decidir sobre el propio cuerpo, y que además ello reforzaría el control y poder del Estado sobre las personas.

Sin embargo, en muchos países se está legislando sobre la implementación obligatoria de figuras como el “certificado de vacunación” y del “pasaporte covid”, que permitirán únicamente a personas que acrediten haber sido debidamente vacunadas el acceder a espacios públicos o poder viajar a otros países, lo que en la práctica se está convirtiendo en una especie de “vacunación obligatoria”, aunque no se le haya llamado aún de esa manera.

Lo que es un hecho es que las personas que no se vacunan están provocando muertes, en algunos casos las propias, pero en mayor proporción las de otras personas, y que eso es un problema que se debe de atender con total seriedad, especialmente partiendo de la premisa de que no existen derechos absolutos, ya que todos deben estar limitados a no invadir los derechos de otras personas.

Así como en el caso de la libertad de tránsito, por ejemplo, dicho derecho está limitado a cumplir con una serie de obligaciones relacionadas con respetar el límite de velocidad, el sentido de las calles y la luz roja de los semáforos, en este caso concreto, nos estaríamos enfrentando al derecho de una persona de decidir sobre su propio cuerpo contra el derecho de otras personas a gozar de salud e, incluso, de vivir.

En conclusión, aunque es evidente que lo ideal sería educar e informar a todas las personas, para que de manera voluntaria y consciente decidan vacunarse, la realidad es que ese escenario está muy lejos de ser posible por muchos factores que no podrán resolverse en unos cuantos meses, por lo que considero inevitable que desde ya empecemos a reflexionar sobre el tema, aprendamos de experiencias de otros países y reconozcamos que nos encontramos ante un conflicto de derechos que debe de ser ponderado para poder determinar cuál tiene mayor valor y beneficio para toda la sociedad. 


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