El "nuevo" Matrimonio
Por: Salvador Romero Espinosa (@chavaromero)
De acuerdo con la Antropología, los humanos tenemos como
250,000 años en el Planeta, sin embargo, los registros del primer matrimonio
son de hace apenas 4,300 años en Mesopotamia, y se ha deducido que dicha figura
fue producto del sedentarismo, del patriarcado y de la fundación de las
primeras ciudades-estado.
Lo que sucedió en los otros 245,000 años es aún un misterio
que antropólog@s y psicólog@s evolutiv@s han tratado de resolver a través de hipótesis
científicas, como las de la antropóloga Hellen Fisher, que en su libro “Anatomy
of Love” describe la posibilidad de que el emparejamiento monógamo basado en “el
amor” fue desde nuestros orígenes algo natural para los seres humanos.
De acuerdo con la doctora Fischer, los “primeros matrimonios”
eran por tiempo determinado, es decir, eran una especie de pacto romántico en
el cual, una mujer y un hombre, se sentían sumamente atraídos y con deseos casi
exclusivos de copular solo entre ellos (enamoramiento) durante el tiempo
necesario para tener una cría y que ésta se destetara; periodo durante el cual
el hombre apoyaría en todo a esa mujer durante la gestión y el amamantamiento.
Sin embargo, según la referida antropóloga, cuando esa
cría, producto de ese “matrimonio romántico” se destetaba y caminaba, se
consideraba que esa cría ya era responsabilidad de todo el clan y tanto esa mujer
como ese hombre decidían -como iguales- si querían “reenamorarse” para tener
otra cría juntos o regresar a la soltería para conocer otra posible pareja, es decir,
se practicaba una “monogamia romántica periódica” de naturaleza más bien instintiva.
Sin embargo, las cosas cambiaron con el sedentarismo y la
figura del Matrimonio nació como algo completamente diferente, por ejemplo, para
los antiguos griegos y hebreos, se consideraba que a través del matrimonio la
mujer pasaba a ser propiedad indefinida del hombre (no caducaba, aunque podía
repudiarla si no se embarazaba, por ejemplo), y éste, además, podía “tener”
tantas esposas como su fortuna le permitiera (poligamia), toda vez que -literalmente-
compraba la esposa a sus familias (tal y como todavía sucede, desgraciadamente, en algunas comunidades
indígenas del México del 2022).
Los primeros romanos, por su parte, concibieron el
Matrimonio como un acuerdo de voluntades entre una mujer y un hombre (Affectio
Maritalis), con el principal objetivo de fundar una nueva familia
(reproductivo), pero respetando la posibilidad de que por común acuerdo
pudieran separarse si cesaba ese afecto mutuo entre ellos, siempre y cuando se
garantizara por las familias la debida crianza de los hijos de ese matrimonio.
Hace 500 años, en el Concilio de Trento, la Iglesia
Católica elevó al grado de Sacramento el Matrimonio, y bajo los principios de
que el hombre y la mujer que se casan ya no son dos, sino una sola carne, y el
de que lo que Dios ha unido no lo puede separar el Hombre, establecieron la prohibición
expresa a la separación o divorcio con el consabido impacto cultural.
Más recientemente, en el Código Civil de Jalisco de 1995,
se definió al Matrimonio como “una institución de carácter público e interés
social, por medio de la cual un hombre y una mujer deciden compartir un estado
de vida para la búsqueda de su realización personal y la fundación de una
familia”, permitiéndose el divorcio con causales específicas.
Por su parte, actualmente el Código Civil de la Ciudad de
México define al Matrimonio como “la unión libre de dos personas para realizar
la comunidad de vida, en donde ambos se procuran respeto, igualdad y ayuda
mutua”, sin referir el fin de fundar una familia y permitiendo que sea entre personas
del mismo sexo (tal y como se reconoce ya en todo el país por resolución de la
Suprema Corte Mexicana).
Cabe señalar que la propia Corte ha determinado también que
para disolver un matrimonio es suficiente con que cualquiera de los dos lo
solicite, sin necesidad de comprobar que existe alguna razón específica y sin
importar si el otro cónyuge quiera seguir casado o no.
En ese contexto, alguien podría decir que actualmente el
Matrimonio civil ya no es una institución jurídica, sino más bien una especie
de “pacto de amor”, que ya no implica necesariamente la procreación, ni la fundación
de una familia, ni el compromiso de permanecer juntos toda la vida, lo que lo asemeja
mucho a un convenio o contrato privado, que en muchos sentidos hace incluso ya
innecesaria la intervención de las autoridades para formalizarlo.
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